miércoles, 3 de febrero de 2016

EXTRAÑOS COMPAÑEROS

Regresé a mi tierra, aquella de la que nunca quise irme pero de la que las circunstancias y la vida me alejaron.  Comencé a recorrer cada uno de sus rincones con avaricia para ponerme al día de tanta ausencia.

En uno de sus parques la vi. Era uno de esos puntos del centro de la ciudad que a pesar del continuo ajetreo y de que en diversas ocasiones se había intentado eliminar, se ejercía la prostitución en su escalafón más bajo, si se pudiera establecer escalafones.

Terminaba la década de los 70 y fue compañera de trabajo de mis comienzos, aquel que alternaba con los estudios y el primero en que todo estaba en regla. Eran otros tiempos. Recuerdo perfectamente, incluso con nostalgia en algunas ocasiones, que más que compañeros formábamos una familia y compartíamos además del trabajo otra suerte de actividades: estudios, discotecas, paseos...

Clara tenía un par de años más que yo pero mucha más vida vivida.

El resto de compañeras eramos un tanto mojigatas, máxime en una época que hablar de sexo era tabú. En las charlas a la hora del café de la mañana o de la tarde, Clara nos dejaba boquiabiertas y ojipláticas con sus explicaciones ¡Dios mio cuanto sabía y que inocentes eramos nosotras!

Nos relataba sus prácticas amatorias y sus andanzas con tal suerte de detalles que parecía una catedrática de sexología ante un atento y asombrado auditorio.  Sería impagable un documento gráfico de nuestras caras de alumnas recién salidas de colegios de monjas ante tales enseñanzas.

Siempre desprendía un fuerte olor que ni el más caro perfume era capaz de disimular y que hasta  años más tarde no supe de que se trataba.

Su existencia desde niña, estuvo marcada por el sexo. Mantuvo relaciones, siendo menor, con su tío. Tal vez fuera ésto lo que marcó el resto de su vida o todo se debía a inclinaciones, apetencias...

En la época en que yo la conocí tenía novio con el que mantenía, por supuesto, relaciones sexuales en un piso que habían alquilado junto con otra pareja de amigos y en el que alternaban los días de uso.  Nos contó que también se había acostado con el amigo que la rondaba de vez en cuando.  Todo tenía aparentemente visos de normalidad.

En un momento determinado y sin saber porque su vida dio un vuelco, no puedo decir si para bien o para mal ya que no estoy juzgando a nadie, rompió con su novio comenzado la peregrinación de unos brazos a otros.

Se quedó embarazada y en su casa, de familia numerosa, no hubo drama alguno, no temblaron los cimientos. Todos pensaron que sentaría la cabeza por su hija, bastante parecida a dos de sus parejas de aquellos momentos aunque nunca supimos quien era el padre, dicho sea de paso.

Cada vez se fue hundiendo más en esa vida y su entorno se volvió mas sórdido.

Comenzó a tontear con las drogas, trapicheando con ellas para conseguir sus dosis.

Tuvo algún hijo más, no se cuantos fueron. Yo cambié de trabajo y le perdí la pista.

Siempre me pregunté cómo no me había arrastrado a su mundo, qué hacia que unos sucumbieran a las tentaciones y otros se mantuvieran a flote. Le había servido de tapadera algunas veces, compartiendo salidas nocturnas y acompañando hasta que se le pasaba las borracheras de barrechat.

Mi madre años después me contó que la había visto en una plaza con mal aspecto, pensé que exageraba.

Hoy está delante de mí aquella que fue mi maestra sexual en la época en que se estrenó en España Enmanuel y La historia de O.  Cuesta reconocerla: desaliñada, flaca, ajada y sobretodo desesperada y hundida.  Por los viejos tiempos quise acercarme y abrazarla y decirle "estoy aquí, de esto puedes salir, cuenta conmigo..." Ella también me había reconocido, me hizo un gesto con la cabeza diciendo no y dando media vuelta se marchó.

Allí me quedé, plantada, pensando que extraños compañeros de viaje nos tocan algunas veces.





UN CUADRO Y UN MINIRRELATO

EL CUADRO: "El Salón de la Rue de Moulins" de Henri de Toulouse-Lautrec
LA MUSICA:  "Clara" de Joan Baptista Humet

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